jueves, 5 de abril de 2018


Dominicalito y otras

Para ser muy sincero, no me gustan las playas, son más de montaña pero al no encontrar donde ir y al ver que todos quieren ir a la playa, pues ahí voy.
Traigo a colación de que trabajé una temporada en un hotel de playa por el sector entre Uvita-Dominical, ahí y en ese tiempo, mis ratos libres los aprovechaba para ir a caminar y despejarme cerca del mar. Cada vez que tenía la oportunidad, me escondía en algunas de las mini playas cercas del hotel, pocas veces me iba hacia playa hermosa o más al sur, me gusta la buena compañía, pero al estar solo prefiero estar completamente desconectado, relajándome y admirando el paisaje.
Repito, no soy de estar en las playas, no es lo mío, no del todo. Mi playa favorita está en el sur de Costa Rica: Playa Arco. Es un sector bonito, que al parecer su único acceso es por el hotel La Cusinga Lodge, en parte es algo bueno: uno paga un costo de entrada, el carro queda seguro en el parqueo, se utilizan los senderos, y casi que uno se asegura que las personas que uno se va a topar son huéspedes del hotel o gente que hace las mismas que uno. Playa Arco no es la gran cosa la verdad, no es una playa tan larga, tampoco tan ancha, pero esa “soledad” es lo que me gusta, y se presta para estar tranquilo con las amistades o bien con la familia. Lo que más me gusta de esa playa, es que en marea baja se aprecian bien las rocas, una cascada y hasta una pequeña cueva, todo lo que uno necesita para explorar. Pero, es la más visitada de mi corta lista de playas que utilizaba mientras estaba trabajando por ahí. Igual queda plenamente recomendada, ya que las demás son muy pequeñas y únicamente para las personas un sentido de aventura muy distinto.

Mientras trabajé en Cuna del Ángel, exploré las playas cercanas obviamente en marea baja, es lo mejor, ya que hay chance de llegar hasta lugares que pocos han llegado, o darse un tour para repasar lo de la U.
Hay una playita, no sé si tendrá nombre o no, pero era la que más visitaba, saliendo del hotel hacia la izquierda, como tomando rumbo a Dominical, apenas terminaba de bajar, se metía uno otra vez a la izquierda, de ahí un caminillo de tierra llegaba a un área como de parqueo con un palo de manzana de agua y algunas palmeras, estando ahí hacia la derecha como a los 50 metros, hay una pequeña quebrada con una pocilla, si se sigue, y en marea baja, uno se puede adentrar hasta una punta rocosa, donde en pequeñas piscinas, se puede encontrar uno algunos peces, morenas, muchos cangrejos, erizos de mar y estrellas suaves, no son los típicos animales marinos que uno se espera encontrar, así de colores llamativos, pero eran suficientemente atractivos para uno apreciarlos, tomarles fotos e incluso tratar de tocarlos. -Ojo, no estoy induciendo a que se manipulen.-  hubo una ocasión que con unos compañeros del trabajo, Kira y Exon, nos fuimos a caminar en la tarde, era marea baja y esa caminata nos ayudó a relajarnos, salir de la rutina e incluso nos sirvió como terapia, ese día, esperando encontrar un pez globo como en otras ocasiones, gris o azul oscuro con manchas blancas, Kira encontró uno amarillo, pero un amarillo pollo-huevo encendido, nunca había visto uno así. Esa misma ocasión encontramos dos morenas pequeñas y obviamente muchos cangrejos y otros peces pequeños tanto azules como grises.
En otras ocasiones llegaba a la playita esa únicamente a acostarme, sin caminar más, aun en marea baja. Llegaba y me acomodaba entre un tronco y unas piedras, ahí bajo la sombra de un almendro, de a poco llegaba una tropa de monos carablanca, un Martín pescador y siempre volando sobre uno los pelicanos.
Nunca vi una ballena desde la playa, por más cuidado que le ponía, pero nada.

Otra vez, me fui a ver el atardecer con Exon y Carlos, pero no a la playa que antes mencionaba, sino que dentro o más bien frente al hotel hacia la izquierda, uno caminaba unos 150metros en el camino y se desviaba a la derecha, tomando un sendero un tanto empinado, la referencia son unas cajas verdes del ICE, de ahí se empieza a bajar hasta llegar a un punto donde se encuentra una banca de cemento, al frente una gran mole de piedra, palmeras y vegetación, a la izquierda un pequeñísimo sector de arena desde donde se observa al fondo playa hermosa, al otro lado de la banca mucha piedra y grandes rocas donde rompen las olas y al fondo: más piedra y peñascos pero es justo el sector por donde se observa mejor el sol meterse. Ahí pensé que para la próxima vez, bajaría a la otra playa y en marea baja cruzaría todo ese poco de roca hasta salir por acá y subir al hotel. Y esa subidita no es jugando si uno no tiene condición.

Llego el día, tenía la mañana libre, me desperté temprano, ya había revisado la tabla de mareas y coincidía con mi oportunidad de andar por allá, me alisté y me fui a andar. Llegué a la playa que creo no tiene nombre y en lugar de ir a mi habitual ruta de la derecha hacia la quebrada, me fui a la izquierda. No mucho caminé y encontré otra quebradilla, ésta muy empedrada, sin chance de hacer poza o algo, eso sí, llena de cangrejos, es fácil de cruzar para seguir caminando. Hay un sector de arena, más grande que la que uno ve apenas llega, luego ya se empiezan a topar las rocas grandes, casi que hay que escalarlas. Lo bueno es que en la mañana por esa parte pega muy poco el sol.  Por ahí se encuentra un primer “hueco” –llamémoslo así­- donde hay una caverna. Si uno sigue, y es lo que recomiendo, eso si con cuidado, uno se va a encontrar las típicas plataformas después de subir otro par de piedras, pero acá se hacen como piscinas naturales, un agua muy transparente, no tan profundo, fría por acción de la sombra y llena de animales, cuchisapos como les dice Kira, erizos, estrellas, cucarachas de mar, cangrejos y varios tipos de peces. Son tres piscinas en total, la última es la más grande y de ahí en el puro borde de la roca llegan a romper las olas. De esa piscina al puro borde del peñón, hay como un sendero, pareciera hecho para uno. 

Se camina tranquilo, se tiene una vista increíble de las islas que forman parte del Parque Nacional Marino Ballena, para atrás se ven otras puntas rocosas, playas pequeñas y escondidas y se ve el punto de partida. Hacia adelante algunas pequeñas áreas con agua y más adelante pareciera que ya no hay más por donde caminar.

Después de un rato, se llega a una parte que hay que bajar despacio, las piedras son como filosas. Desde donde termina el sendero e la piedra, se abre a la vista un espacio casi escondido y profundo, otro “hueco” como el anterior, pero obviamente éste es mucho más amplio. En medio de éste sector hay una pequeña caída de agua, no es la gran cosa, pero el sonido que hace el agua al caer es demasiado reconfortante. El espacio entre la caída del agua hasta donde se ve que llega la marea alta es bastante grande, pero ya en marea alta no se puede llegar hasta ahí, por eso ver y estar en ese lugar es como un premio a las pocas personas que se atreven a recorrer esos espacios. Siguiendo con la mirada hacia adelante, se ve dónde está la banca de concreto, desde donde el otro día vi el atardecer. Uno llega hasta donde está la banca y la sombra que lo recibe a uno lo invita a acostarse, no hay nadie más, aunque se sabe que ahí llegan varias personas por la cantidad de basura que dejan, hay días que hay basura, otros no tanta y otros se ve donde dejaron un balde y bolsas para cuando la recogen. Uno ayuda también a dejar mejor el lugar. Ya estando ahí me decidí que iba a seguir, pero viendo la hora era casi imposible, por lo cual esa otra parte a caminar me quedaba de tarea para otro día.

Estas son playas diminutas, poco atractivas y solitarias, perfectas para uno desconectarse.

Otro día, pensando en la tarea que me dejé, salí del hotel, no bajé directo hacia la banca, sino que salí por la carretera principal hacia Uvita, camine unos doscientos metros y me metí hacia la derecha, de ahí uno camina un poco, a la derecha del caminillo hay una casa abandonada, al fondo bajando un espacio como para dejar los carros, luego a la derecha un puente que conecta otro lote amplio, el camino muere ahí. El sector que se aprecia no tiene playa de arena, eso es pura piedra, pero el espacio se está cayendo para realizar eventos como una boda o un cumpleaños, nada más imagínense: es planito, abierto, con palmeras alrededor, nada mojado, el mar de fondo… yo no me quiero casar, pero ahí para quien sí es ideal. De ahí tomé ala derecha, por entre el montón de piedras, ese sector recibe las olas de manera directa, por eso se ve como barrido por el agua. Más adelante ya se ve la piedrota donde se está ubicada la banca. Caminando un poco más y con un ojo clínico, se observan conchas de caracol, siempre en pedazos pero que sirven de suvenir, hacia arriba en las ramas, se ven pelicanos y una que otra águila. Al terminar la parte de piedra se llega a la arena, ese sector medio amplio para descansar y la baca un poco más arriba.

Otro día regresé a donde sería un punto estupendo para que la gente se case, de ahí tome a la izquierda, no lo recomiendo, hay mucha más piedra que en otros lugares y se ve muy sucio y descuidado, es entre éstas playitas la más larga, con entradas desde la calle, pero nada bonito, ese día no fue un completo desperdicio, aprecié que no era un lugar para regresar.

Un día que salí temprano del trabajo, bajé a la playa de siempre a ver el atardecer, estaba casi a punto de ver el sol caer cobre el agua, lo malo es que empezó a llenarse de nubes y el plan se arruinó. Decidí que la próxima vez, tomaría la mañana para ir más allá de donde uno encuentra los peces globos.

El día llegó, salí temprano y sin detenerme baje, llegue a la playa y caminé, pase cerca de donde la vez anterior Kira encontró el pez amarillo y seguí caminando, se ve que se puede avanzar, pero es mucho por caminar, se llega a una parte donde el agua y las olas se meten fuerte aun en marea baja, hay que pasarlo con cuidado, luego se sube una gran roca para luego pensarlo bien por donde bajar, se baja, sí, pero casi que hay que bajarlo bien arrimado al borde, cuidado si lo intentan. De ahí hay que pegar un brinco para aterrizar en unas piedrillas y seguir caminando. Bordeando la costa, hay una pequeña playa de arena blanca, pero esa arena no llega a tocar el agua, sino que lo que se topa son grandes rocas. Por así decirlo es una playa privada, se ven unas cuantas casas y la entrada que da hacia la carretera principal. Uno deja atrás esa parte de la playa y sigue caminando, mi meta era llegar a Dominicalito. La cantidad de puntas, quebradas y miniplayas son incontables, hay muchas partes donde se hacen pequeñas piscinas donde se pueden encontrar animales marinos. La siguiente punta rocosa parece que tiene una especie de puerta de piedra, ya me imaginaba yo que de ahí se bajaba en gradas hasta la siguiente playita, pero no. Uno llega todo engañado, para darse cuenta que hay que bajar pegado a la pared otra vez, se puede bajar, no es difícil, pero tampoco fácil. De ahí ya uno va sintiendo que cada piedra duele a cada paso, y viendo el reloj, no lo iba a lograr, seguí caminando y caminando, ya el sol picaba bastante, el agua de mi botella iba por la mitad y me faltaba el regreso. Ya pensativo en eso, llegue hasta un sector de playa donde habían varios ranchitos –es increíble ver esos ranchitos, hechos con lo que se puede encontrar, la gente la pulsea bastante para tener un techo-. Pedí permiso para pasar por entre una propiedad y agarrar la carretera de regreso hacia el hotel. No logré llegar a Dominicalito.

Así pasaba los días que no viajaba a Pérez Zeledón, a San Vito o a San Ramón, andando en esas playitas solitarias, descubriendo cosas y a mí mismo, fue un momento de relajación y aunque no son playas tan atractivas, cada que puedo voy a regresar ahí.









Dominicalito, una playa bonita mal apreciada.

No soy de playa, eso le he dicho, pero Dominicalito tiene lo suyo. No es mi playa favorita.
Una vez me fui con unas amistades entre ellos Matías y su familia, a pasar el día en la playa, a Dominicalito exactamente. Hubo una ocasión que llegué solo con mi carro hasta donde el camino me lo permitía, no era tan feo el sitio, no duré ni 15 minutos y salí de ahí. La cuestión es que llegamos hasta donde me parqueé la vez anterior, bajamos todo y cerca de ahí nos instalamos. Al rato Matías y yo nos fuimos a caminar para ver que había más adelante –la verdad me sorprendió- encontramos áreas de playa amplia, limpias, con buena sombra, que parecían más a playas de Guanacaste, una entrada con acceso desde la carretera principal que cuesta encontrarla, pero que para lo próxima será usada, partes de palmeras enormes y en la pura punta, un tipo de piscina natural muy buena, después de la punta el mar estaba picado, antes de la punta, donde estábamos, era tranquilo, y la piscina el agua estaba tibia y casi transparente.

Dominicalito, lo feo, es el acceso principal, se ve sucio, pero a la derecha de ese acceso, se llega a una playa completamente distinta a la que se ve a la izquierda, son dos contrastes enormes, dos opciones que me hicieron cambiar de opinión hacia una playa a la que nunca le había encontrado el gusto.



Cataratas Kilo.

Grado de dificultad: Moderado a Alto
Senderos: 6km aproximadamente
Parqueo: Si, pero no está cerca del sitio.
Acceso: Vehículo 4x4, personas con buena condición física o un poder de voluntad muy grande.
Precio: ¢6000 entrada, guía y almuerzo
Contacto: 86952236 catarataskilo10@hotmail.com @catarataskiloPZ
Horario: de 7:00 am a 5:00pm
Dirección: San Jerónimo de San Pedro, Pérez Zeledón, 5km noreste de ATURENA.



El domingo 25 de marzo del 2018, mi grupo de amigos de Pérez Zeledón y yo visitamos Cataratas Kilo, en San Jerónimo de San Pedro de Pérez Zeledón. Salimos Nubia, Lorna, Hazel, Matías y yo hacia la casa de Adrián y de su hermano Marco, donde nos quedamos por la noche para que al día siguiente, desde temprano, subiéramos hacia Cataratas Kilo.
Durante el recorrido desde San Isidro hacia San Jerónimo, se toma la ruta 2 hacia el sur hasta llegar a una intersección hacia la izquierda que comunica con la ruta 333 (La Unión-Fátima-Zapotal), de ahí casi hasta topar con cerca en un recorrido de aproximadamente 30 minutos en vehículo particular se llega hasta San Jerónimo.
San Jerónimo es un poblado pintoresco, de rutas de lastre, caminos recuperados después de la tormenta Nate del 2017. El aire es fresco, el verde de ahí es un verde profundo que dan ganas de contemplarlo por días. Ojo, el camino va cerca del río San Pedro, por lo que hay partes que, aunque ya se reconstruyó, es mejor ir despacio.
A la mañana del 25, desde la casa de nuestros compañeros y guías, tomamos un camino de unos cuatro kilómetros, pasando por áreas de potreros montañosos, paisajes con profundas montañas, muros naturales que lo encierran a uno y que lo llenan de emoción por conocer lo que hay más adelante.

El camino tiene un grado complicado, se recomienda ir en vehículo doble tracción -aunque el mío lo es, no era el mejor para subir ciertos tramos sin que mis acompañantes tuvieran que bajarse del carro- Después de tanto subir y bajar (del carro y por el camino) llegamos hasta donde se deben de quedar los vehículos (motos y carros por igual, ya verán porqué), desde ahí y elevando la mirada hacia el frente, se ve ondeando una bandera de Costa Rica, es ahí nuestro verdadero punto de partida.

Ya con todos los miembros del grupo preparados para empezar a caminar, nos dispusimos a ingresar al sendero. Éste primer sendero es dominado por las grandes rocas dispuestas ahí por la fuerza del río, no son cualquier piedrita, son unas señoronas piedras de color blanco, esculpidas por el agua y el tiempo. En esta parte, se aprecian gran cantidad de banderitas españolas Epidendrum radicans, unas orquídeas de color rojo y anaranjado nos van engalanando cada uno de nuestros pasos, recorremos el lado izquierdo de la ribera del río, para luego pasar por un puente metálico hacia el costado derecho. Éste puente es justo para el paso de los caminantes, lo que además del sendero tan rocoso, hace imposible que incluso las motocicletas puedan llegar más allá del área de parqueo.
Después del puente, empezamos a subir por entre trillos del cafetal, de a poco se encuentra una intersección, a la derecha se llega al Truchero -más adelante lo visitaré para traerlo por éste medio- y a la izquierda hacia la Cataratas Kilo: nuestro destino.
Podríamos indicar que acá hay que escalar, ciertas partes del sendero son un poco empinadas, otras son abiertas y amplias, pero no tan rudas para subir, en general brindan una vista panorámica hacia el paisaje que nos rodea: un cañón que dibuja los bordes de peñas, rocas sostenidas como por manos invisibles, parches de bosque, cercas vivas, puntos marrones, blanco, negros y manchados que se mueven a la distancia entre los potreros, ventanas naturales que dejan el paso libre a los vientos y a las nubes y hacia la distancia las tierras ya con tonos azules de lo que es el Valle del General.
Entre las matas de café, el sendero empolvado, hortensias y otras flores, llegamos a nuestra primera parada: La Plataforma, nombre que recibe ese simpático y rústico lugar donde comeremos al final del recorrido. -Nota importantísima: ahí no hay electricidad, por lo cual y por lo mejor de ahí, la comida es hecha a fogón, ¡exquisito el pollo achiotado y con una vista!, que además de dejarnos con la panza llena, nos deja con una satisfacción personal muy elevada­-.
Sigamos por donde quedamos. Al llegar cada uno de los siete que íbamos, nos recibió doña Lidied Quirós, quien es propietaria y socia, y es ella quien tiene una mano para la cocina que la gente se ¡chupa hasta los codos de lo rico que cocina! -eso me pareció a mí, no fue el hambre, es que en verdad estaba muy rico-. El negocio ahí es familiar, ya que las hijas le ayudan en todo y los yernos son quienes también hacen labores como guías. En ésta ocasión nos acompañó Kenneth, un chavalo humilde, que está buscando si estudia arquitectura, enfermería o bien turismo -el no saber que estudiar es normal en chicos de su edad, es bueno tener en mente varias opciones-
Subir desde donde dejamos el carro y la cuadra hasta La Plataforma fue un poco agotador, lo que hizo que Lorna decidiera quedarse ahí a esperarnos; subir exige mucho más esfuerzo.
Acá aclaro: el recorrido total es maravilloso, es un proyecto que ha tomado mucho trabajo, tiene gran potencial para su desarrollo y las personas que trabajan acá son muy emprendedores, pero no todos los que visitan el sitio pueden disfrutarlo, requiere de mucha exigencia física y de una determinación personal que lo empuje a uno hasta el final.
Hay dos opciones: la primera y al parecer la normal, es tomar el sendero desde abajo o por detrás de La Plataforma para ir visitando las cataratas, que en total son 14, el sendero sube y baja, por entre espacios abiertos, bosques secundarios y orillas del río; la segunda, poco habitual y la que nosotros tomamos -así como rejegos de hacer lo mismo que la mayoría- es subir la abrupta ruta hacia la fila, por entre cultivos de café -calculo yo que ahí cogen café amarrados de las matas o con poleas para no caerse-, por áreas dominadas por bambú y espacios abiertos que nos dejaban ver la inmensidad del cañón que poco a poco íbamos escalando y casi dejando atrás. Desde nuestro sendero, se aprecian más cascadas, la ruta que sube hasta el Parque Nacional Chirripó y que llega primero a la Sabana de los Leones -espero subir por ahí dentro de poco-. Durante esa subidita, hay agua, agua tomada directamente de la montaña, más limpia y pura que la embotellada, sin miedo recomiendo que beban de esa agua, es de lo mejor. Anticos de llegar hasta esa toma de agua, se aprecia a la izquierda al fondo una gran roca de tonos rojizos: La piedra del Tigre, donde, como nos contaron, “debajo de la piedra hay como una cueva, y que ahí al parecer vive o vivía un puma”. Lo cierto es que en la zona ya hay varios avistamientos de ese animal, y por lógica, en la zona hay.
Nuestra opción, en mi parecer, un solo subidón fuerte, para luego ir bajando es mejor que estar subiendo y bajando constantemente, agotándose y cansándose de manera constante.
Seguimos subiendo y subiendo hasta que llegamos a una piedrota, donde por debajo también hay un tipo de cueva. Los dueños de la finca de café guardan ahí el abono y otros implementos, ahí estuvimos comentando que es importante ponerle nombre a ese lugar, ya que sirve de punto de referencia. Lo que nos dijo Kenneth es que, como el sendero normalmente lo hacen al revés, la gente no le pone cuidado a la piedra y pasan rapidito. Bueno la cuestión es que la idea se tomó y posiblemente usen esa idea para mejorar los puntos de referencia e incluso descanso para los caminantes.
Después de la piedra, donde propusimos los nombres de El Almacén o La Bodega, seguimos poco más hasta un punto donde la capa de tierra era sustituida por piedras montadas unas sobre otras, se sentía donde las hojas y ramas amortiguaban nuestros pasos y se notaba que esa parte del sendero estaban las piedras sosteniéndose entre ellas. Era casi que la parte más alta del sendero y que si la capa de vegetación desapareciera de ahí, pasarían algunos años para que esa parte alta de desmoronara.
Descansando y esperando a los que venía un poco atrás, llegamos hasta un sector de bosque secundario, ya a partir de ahí, ese bosque nos estaría acompañando por el resto del camino.
Ya todos reunidos reanudamos el camino, caminar por entre el bosque era mejor, la sombra, el jilguero y el suave sendero nos iban preparando para nuestro primer premio: una vista hacia dos largas caídas de agua: El Ángel.

Nuestro siguiente destino: Catarata El Ángel.
Desde donde llegamos a ver nuestras primeras cataratas, era un espacio en la pura fila de la montaña, con una vegetación muy particular: musgos cubriendo cada árbol, demostrando la gran nubosidad del sector, que por dicha para nosotros no fue así, y una vegetación de pasto muy particular, misma que domina en la Sabana de los Leones en el Parque Nacional Chirripó. Empezamos a bajar, y se empezamos a caernos, cada paso, cada metro, alguno que otro ya empezaba a resbalarse, en total del recorrido si nos caímos unas 12 veces, fue poco, por ello ir con cuidado y disfrutando hasta de la vista que nos da el bosque una vez que lo vemos casi acostados en el suelo. Que lo diga Nubia, quien fue la que más tiempo paso sentada.

Aprendamos a bajar: si van como yo, sin zapatos adecuados, traten de bajar poniendo sus pies en cada pazo como de medio lado, sosténganse y si siente que van a resbalar, déjense ir para no macizar el pie y producir un resbalón y una caída, eso sí, vean que no se llevan a nadie por las patas, sólo golpearse uno es doloroso y vacilón, ya dos caídos al mismo momento es para no olvidar y reírse a montón.

El sendero que bajamos fue largo, por dicha a ninguno de los que fuimos le disgusta caminar así. Llegamos a una primera intersección, de ahí nos fuimos por la izquierda hasta llegar a un pequeño mirador que requiere un poquito más de cariño para ser más acogedor para los visitantes. La vista hacia las cataratas desde ese mirador vale la pena -tómense unos minutos ahí, tanto para las fotos como para apreciar esa catedral de la naturaleza- Seguimos más, y empezamos nuevamente a subir, los árboles ya iban arralando su espesor y el sonido casi ensordecedor del agua cayendo nos abrumaba, era una clara señal de lo que veníamos a admirar.

Ya llegando, venían desde antes diciendo: -ya comamos sandía- y otros -más adelante, más arriba, ya casi llegamos-, pues la espera fue lo mejor, llegamos a la catarata El Ángel, riquísimo lugar, fresco al sol, con lo frío del cernido del agua de la catarata, con unas gradas de tierra para sentarse. Buscamos una sombrita y de una nos pusimos a comer sandía y mangos ¡a gloria nos supo! Descansamos y comimos algo para aplacar el hambre. Después de compartir la fruta y de que algunos recargáramos agua volvimos a tomar camino, ya era medio día, nos rindió el camino, ya que salimos poco después de las 10:40am de La Plataforma.
La catarata de El Ángel, nos decía Adrián, que según la época del año, los muros de piedra se cubren con un musgo rojo o anaranjado y que en cuestión de un par de meses atrás, todo estaba mucho más verde. También nos decía, lo mismo que Kenneth, que ésta catarata antes eran dos caídas paralelas, como estar viendo dos alas en la espalda de un ángel.

Después de la habitual sesión de fotos de cada vez que parábamos a descansar, y empezamos a caminar, se tomó la decisión de ir a buscar una poza en donde mojarnos, por lo cual no íbamos a visitar cada una de las 15 cataratas, así se adelantaría camino y regresar a almorzar y reunirnos con la Lorna que se quedó atrás.

El sendero que tomamos estaba muy suave, algunas partes del sendero había que tener cuidado, ya que el material estaba muy suelto y algunas piedras salían rodando hacia abajo con el riesgo de que el grupo que iba adelante y que ya casi íbamos alcanzando, les cayeran encima. Seguimos caminando, el grupo se nos desgrano un poco, pero con breves paradas nos reuníamos cada vez que se podía. Al haber decidido ir en busca de una poza, recorrimos el sendero, pasando de lado las entradas de otras cataratas -fijo que son maravillosas, debo y recomiendo visitarlas todas, sólo que ir bien temprano es la regla de oro para aprovechar todo eso- Ya que estábamos llegando a la poza, estábamos alcanzando al grupo que iba a delante, ellos ya estaban dentro del agua y nos quedábamos viendo entre nosotros si nos metíamos o no -en lo personal, no me gusta compartir espacios como las pozas, seré muy egoísta, pero mejor estar entre amigos y no entre amigos y desconocidos, la privacidad tanto para disfrutar como para hacer bromas o reírnos de nosotros mismos, sé que hay muchas otras pozas más, pero esa es perfecta- decidimos no quedarnos y continuamos caminando, nuestra presencia creo que hizo que el otro grupo se saliera antes de tiempo de la poza, lo que hizo que los grupos se hicieran en uno sólo, era un gran tropel de gente caminando unos tras otros.  

Ya casi estábamos por terminar el sendero, visitamos El Santuario, una catarata muy tranquila y amplia, donde los propietarios colocaron una imagen de la Virgen de Los Ángeles, de ahí cruzamos el río en dos ocasiones por medio de dos puentes rústicos. Uno se admiraba del poder del agua al abrirse paso por entre la montaña, limpiando las piedras y abriendo los trechos. Ya se daba cuenta uno de que estaba cerca de La Plataforma, ya se notaban algunas hortensias en el sendero, subimos y bajamos unas cuantas veces hasta que se veía la estructura que nos esperaba, todos exhaustos y felices llegamos a sentarnos, la brisa tan fresca nos relajaba.
Ya estando juntos, empezamos a hablar de las caídas, ver fotos y quejarnos de que ya no teníamos espacio en la memoria de los teléfonos o bien, que ya no teníamos batería. Agarramos la mesa grande y empezamos a tomar café, para luego recibir los platos con un riquísimo casado: arroz, frijoles, ensalada, un picadillo de papa riquísimo, tortilla palmeada y pollo achiotado, acompañado de un fresco de limón. -Ojo, ¡casi todo a fogón! Imagínense el sabor de esa comida, uno con hambre, cansado y sediento, son cosas buenas de la vida-. Repetimos el café, no era del mejor, pero estaba rico. Y para el cierre: un postre de leche condensada con galleta soda molida servido en una hoja de limón, ¡eso tenía una pinta que uno desea ver en todo lado!
Ya reposados y compartiendo experiencias y comentando con doña Lidied, estábamos listos para bajar hasta el carro, yo empecé a bajar, ya frío la rodilla me empezaba a doler un poco, pero por dicha no fue tanto. Llegamos a un punto donde se observaba un poza riquísima, quesque ya estaba haciendo frio como para meterse -¡a quien va´engañar! Como dice Hazel- nos fuimos, no sin antes pegarse un susto porque al pasar Hazel hacia una piedra, nos pasó una sabanera al frente de nosotros, casi paralizado tuvo que venir Matías a moverme. Estando ya al borde del agua, metimos aunque sea los pies, estaba fría, pero no tanto, unos se metieron otros no. Yo me puse a buscar cangrejos y que creen: encontré dos, enredados entre la “lanilla” del agua, un musgo que se veía baboso, pero que al manipularlo era como tocar tela, algo muy diferente. Estuvimos ahí unos minutos hasta ya decidir regresar. Cruzamos nuevamente el puente, sendereamos las piedras y llegamos a nuestro punto de inicio. De ahí regresamos a la casa de Adrián y de Macho, donde, aunque suene a gula, volvimos a comer.

Nuestros planes a futuro: Subir el Cerro Ena, o al igual que ésta ocasión, ver a donde nos lleva el viento, o bien el río.